Entre las altas montañas del centro de Europa existió, hace tiempo,
un reino del que sólo quedan las leyendas que se cuentan y los
restos de antiguos castillos emplazados en los más verdes y fértiles
valles que el hombre había conocido. En el castillo más grande de
todos vivía el rey Hans, un hombre que había conseguido prosperidad
para su pueblo durante muchos años. Lo único que le quitaba el
sueño era que no había podido tener un hijo varón para sucederlo,
sino una hermosa princesa, de cabello castaño y piel blanca como la
nieve de las cumbres cercanas llamada Sarah. El rey temía que tras
su muerte, los pueblos del norte atacaran el país al saber que la
nueva reina era una mujer.
Una tarde Hans mandó llamar a su hija para hablarle:
- Hija mía, algún dia yo no estaré y quiero que el reino esté
protegido de los pueblos del norte. Para ello quiero que consigas un
buen marido para que llegado ese día te ayude a gobernar y proteger
nuestras fronteras.
Sarah miró con sorpresa y decepción a su padre y le contestó:
- Padre, sé que hubieras querido tener un varón por hijo, pero yo
soy perfectamente capaz de gobernar llegado ese fatídico día. He
aprendido de ti todo lo necesario para ser una buena reina y quiero
demostrártelo.
- Dudo mucho que estés capacitada para gobernar un ejército o
llevar los temas de estado tu sola. Buscaré un marido para ti entre
los nobles del reino. Te quiero y se lo que lo mejor para ti,y no hay
más que hablar.
Sarah salió corriendo envuelta en lágrimas y se encerró a llorar
en su habitación hasta bien entrada la noche. Cuandó se tranquilizó
empezó a pensar la manera de demostrarle a su padre sus capacidades.
Recordó una vieja leyenda que hablaba de una coraza mágica que
otorgaba un gran poder para gobernar a los hombres en los sótanos
del castillo. Una armadura encantada por un viejo mago muchos años
atrás. Cuando el castillo dormia, bajó en silencio a los sótanos y
buscó hasta que dió con lo que andaba buscando. Se colocó cada
pieza metálica y cuando cerró el último anclaje, la coraza emitió
un trémulo fulgor. Sarah entendió que no había sido buena idea
cuando intentó quitársela para volver a su habitación y no pudo.
Presa del pánico volvió a su habitación a pensar como quitársela
y con quién podía hablar, pero el sueño y el cansancio por la
situación la vencieron y finalmente se quedó dormida.
Al día siguiente la reina se presentó en la habitación al ver que
era tarde y Sarah no se había despertado aún. La encontró dormida
sobre la cama con la coraza puesta y la despertó:
- Sarah, ¿pero ésto qué es?
- Mamá, ayer papá me dijo que no era capaz de gobernar sola por ser
mujer y recordé la leyenda que me contábais de pequeña de la
coraza que daba fuerza, quise ponérmela para demostrarle que podría
ser digna de ser reina cuando faltéis y ahora no puedo quitármela.
- Tendrás que contárselo a papá, él sabrá que hacer.
Las dos fueron a ver al rey y lo que les explicó no les gustó nada:
- Hija mía, no tendrías que haber hecho eso. No sabía que esa
coraza era real, pensaba que era sólo un cuento. Si no podemos
abrirla no sé que vamos a hacer. Lo único que sabemos de ella es
que es mágica, y algún extraño conjuro debe tener. ¿Cómo la
abriremos?
La princesa se encerró, triste por todo lo que estaba pasando. El
rey convocó al castillo a los nobles del reino prometiendo que áquel
que fuera capaz de abrir la coraza de la princesa se convertiría en
su marido. A Sarah no le gustó la idea, pero aceptó debido a su
desesperación y a que sólo deseaba quitarse la pesada coraza por
todos los medios. Cuando todos los nobles habían probado y ninguno
había podido, el rey tomó la decisión de abrir la propuesta a
todos los habitantes del reino sin importar su clase social, ya que
sólo quería ayudar a su hija, pero tampoco dió resultado. Pasaron
los días y la princesa seguía encerrada en su habitación, triste.
Sólo pensaba en lo que había hecho, en que jamás podría quitarse
esa coraza y que así tampoco encontraría jamás el amor. Parecía
un joven soldado que no paraba de llorar.
La situación empeoró a los pocos meses. El rey murió y la reina al
ver que su hija seguía igual, decidió dejar el reino en manos de un
consejo de nobles hasta que se solucionara todo. Los nobles, para
celebrar que ahora podían gobernar sin que nadie de la familia real
se metiera en sus asuntos, organizaron una enorme celebración de una
semana de duración sin pensar en los gastos. Invitaron a todo el
reino, y de él llegaron poco a poco gente de todo tipo, desde nobles
a campesinos, de comerciantes a artistas.
Una de las personas que llegaron fue un joven juglar que venía desde
los confines del reino. Un cantante y narrador que había decidido
usar las celebraciones para narrar sus historias en la ciudad con el
fin de poder quedarse a vivir en ella.
Una mañana, el juglar estaba en la plaza que había delante del
castillo cantando. No había mucha gente pero él no desistía en
cantar. La princesa, seguía triste, viendo la plaza desde la ventana
de su habitación, cuando se dió cuenta del juglar. Empezó a
escuchar la canción cuando se sorprendió de las palabras del
juglar. Hablaba de un bosque, un ermitaño y una vieja coraza mágica.
Rápidamente lo mandó llamar para preguntarle sobre esa historia.
Cuando llegó a la habitación de la princesa ella le preguntó
apresurada:
- Trobador, hace un momento cantabas sobre algo. Háblame de esa
leyenda.
El juglar empezó a narrar la vieja historia de aquel mago que había
vivido en el castillo mucho tiempo atrás, de como un antiguo rey
necesitó de una ayuda extra para ganar la batalla decisiva y así
proteger su reino de una invasión, de la ayuda que el viejo mago le
prestó al rey y de como llegado el momento de recompensar su valiosa
ayuda el rey se desentendió del tema puesto que creía que todos
eran sus sirvientes y existían solamente para sus necesidades . El
mago, como venganza, creó una coraza que una vez puesta no se podía
quitar a no ser que aflorasen los sentimientos más nobles de aquel
que se la había puesto. Aquel rey murió con la coraza puesta puesto
que no fue capaz de entender que, en su caso, los sentimientos
verdaderos eran los de la amabilidad, el agradecimiento y la palabra.
Sarah y el trobador estuvieron un buen rato hablando de ésa y de
otras leyendas del reino. El joven, poco a poco, empezó a notar un
mágico sentimiento por la princesa, su belleza y su desgracia
acercaban su corazón al de ella a cada minuto que hablaban, pero
ella sólo pensaba en encontrar al anciano mago y así poder
desprenderse de la coraza, aunque se había dado cuenta de cómo la
miraba ese hombre. Era tierno, sincero y muy sabio pero ella pensaba
que no estaba a su altura y que era más importante atender sus
asuntos que los de su corazón.
Pasaron los días y mientras Sarah iba pensando en cómo ir en busca
de la cabaña del mago en las profundidades del bosque, el juglar
sólo quería volver a estar cerca de aquella que le había robado el
corazón. Siguió cantando bajo el balcón donde la princesa lo había
visto muchos días atrás, pero ella no apareció más. Entristecido,
tomó la difícil decisión de seguir su camino hacia otra ciudad.
Sarah, por su cuenta, también había tomado otra decisión, partir
en solitario en busca del mago para que la ayudara.
Llegado el día, el juglar solicitó audiencia con la princesa para
verla por última vez y despedirse, pero el asistente de la corona le
informó que la princesa había partido esa misma mañana sin
informar de su destino y en solitario. Él decidió partir y llevarse
el recuerdo de ella consigo pues sabía que jamás volvería a verla,
compondría canciones sobre su amor y las cantaría allá por donde
el destino lo llevara. Y con este sentimiento salió por las puertas
del castillo.
Por otro lado, la princesa, que había partido del castillo antes que
el juglar, comenzó su búsqueda. Recorrió durante semanas los
bosques de todo el reino sin encontrar la cabaña del mago. Poco a
poco fue desesperando en su misión, hasta que un día, a los pies de
las montañas de la frontera sur encontró un campesino al que le
pidió pasar la noche en su casa. El labriego la reconoció de la
fiesta de palacio que dieron los nobles y no dudó en ofrecerle
cobijo:
- Mi señora ¿que hacéis tan lejos del castillo y sola?
- Querido campesino, llevo semanas vagando por el reino buscando la
cabaña de un viejo mago. Necesito hablar con él para quitarme esta
coraza maldita. Si supieras donde encontrarla serías recompensado
con todo el oro del mundo.
- Alteza, no sé si mi humilde ayuda os será de utilidad, pero a
medio día de camino hacia el oeste, existe una pequeña choza en
medio de un claro que dicen que habita un brujo. Nadie entra en esa
parte del bosque por miedo.
- Si esa información es buena, no te faltará de nada por el resto
de tu vida.
A la mañana siguiente, Sarah salió apresuradamente de casa del
campesino, con las fuerzas recuperadas, en busca de la cabaña del
mago. A medio día llegó al claro y en medio divisó la cabaña, una
vieja construcción muy pequeña y sin ventanas. Llamó a la puerta y
al golpearla por última vez, ésta se abrió con un sonoro chirrido.
Entró sigilósamente y vió una estancia oscura, iluminada por unas
pocas velas sobre un escritorio, y allí, sentado, había un hombre
mayor de espaldas. Una larga melena blanca caía sobre sus hombros.
Parecía no moverse pero de repente habló:
- Joven princesa Sarah, hacía mucho que os esperaba. Tomad asiento
aquí a mi lado.
La princesa, sorprendida a la vez que muda por la voz suave aunque
profunda del anciano, cogió una silla, se puso al lado del mago y
comenzó a escuchar su relato:
- Sabía, desde hace mucho, que te pondrías la coraza y que vendrías
a pedirme ayuda. Pero antes de orientarte, debes saber la historia de
esa coraza. Tu abuelo me prometió como recompensa por ayudarle, la
posibilidad de tener en el castillo un lugar para mí, para poder
estudiar y así ayudar al reino, pero como supongo que ya sabrás,
porque has conseguido llegar hasta aquí, él me traicionó, asi que
yo hechicé su coraza para que cuando se la pusiera no se la pudiera
quitar a no ser que sus malos sentimientos se volvieran buenos y
nobles. Él no lo consiguió, y durante muchos años esa coraza
estuvo guardada en el castillo hasta que tú te la pusiste. Sólo
querías demostrar tu validez por encima de todo, pero no entendiste
que tu padre te amaba, no es que no te viera capaz de gobernar, pero
quería encontrar a alguien que te ayudara en esa difícil tarea, un
rey para ti, para no ver que su hija se enfrentaba sola a la vida y
al reino, alguien con quien gobernar juntos. Sólo cuando seas capaz
de entender, que no gobierna un rey fuerte sino áquel que basa su
gobierno en el amor por su pueblo y por quien esté a su lado, la
coraza que hechicé hace tantos años no se abrirá.
Sarah se sintió de nuevo decepcionada porque pensaba que el mago le
quitaría la coraza, pero lo que no sabía es que le había ayudado
mucho más de lo que ella pensaba.
A la mañana siguiente, la princesa partió de nuevo hacia su
castillo con los consejos del viejo mago. Pasaron los días de viaje
y ella iba pensando en las palabras del anciano. Días después,
llegó a una pequeña aldea dispuesta a pasar la noche en la posada
para seguir al amanecer. Se dispuso a cenar sentándose en una mesa.
Cuando acabó de comer se percató que en una esquina del comedor
había una cara conocida, era el juglar. Se acercó y se sentó a su
lado dispuesta a hablar:
- Hola juglar, cuanto tiempo sin verte.
Los ojos del trobador se iluminaron en la oscuridad de la sala:
- Hola princesa, dichosos los ojos que vuelven a ver tal belleza.
¿Encontrásteis respuestas?
Ambos jóvenes estuvieron hablando largo y tendido buena parte de la
noche. Él deseaba escucharla y ella necesitaba una cara amiga
después de tantos días de viaje. A medida que iba relatando sus
hazañas se iba sintiendo más y más cómoda con el juglar. Él
continuaba mirándola con los mismos ojos que cuando la vió por
primera vez y ella, más relajada que la primera vez que hablaron,
empezó a notar que su mirada era sincera, tierna, que él la miraba
no como una princesa sino como alguien que era capaz de ver más allá
del acero de su coraza, más allá de su título y lo más
importante, más allá de su piel. Ellá sintió algo que nunca había
percibido, su total desnudez frente a otra persona, y ésto la
aterrorizaba. El juglar notó el miedo de ella, pero también que
estaba más pendiente de lo que pasaba en esa situación que de su
coraza.
Quiso acompañarla hasta la puerta de su habitación para que llegara
segura. Frente a la entrada de la habitación de la princesa, ella se
despidió con una extraña sensación, pero el joven dejó todo de
lado y la cogió de la mano, rápidamente ella la soltó y el
trobador, armándose de un valor sobrehumano, la volvió a coger y,
mirándola a los ojos, le dijo con la sinceridad más grande que una
persona puede decir algo:
- Princesa Sarah, sabéis desde la primera vez que hablamos lo que mi
corazón siente por vos, lo percibísteis aquel día y estoy seguro
que lo habéis percibido esta noche. Sé que no soy digno ni de uno
de vuestros cabellos, vos sois de alta cuna y yo un simple poeta que
lo único que puede ofreceros es lo más sincero que tiene, su
corazón.
Ella quería soltarse y entrar en la habitación, pero una extraña
fuerza la había dejado petrificada, pero no de miedo sino de una
sensación que nunca antes había experimentado. Le gustaba a la par
que sentía un extraño miedo a lo desconocido:
- Mi reina, no temáis, pues como en mis canciones, el amor es lo
único que mueve el mundo y le inflama la fuerza suficiente para
seguir girando.
Sarah estaba descolocada, había conocido reyes, nobles, príncipes y
sabios pero ésta era la primera vez que había sentido tal
sinceridad y poder en las palabras de una persona, y era un simple
juglar. Un sencillo trobador que la miraba como nadie lo había hecho
nunca, que le acariciaba la mano con una delicadeza que nunca había
sentido, que llevaba horas con él y parecían minutos.
- Trobador, tu que entiendes de estos temas más que yo, ¿que es
esta sensción que...?
Pero se hizo el silencio, sin dejarla acabar la frase tiró de su
mano, la aproximó y la besó rápidamente. Ella se sintió extraña,
invadida por la dulzura de un beso sincero. Cuando sus labios se
separaron ella estaba sin palabras y temblando, y sin saber que hacer
o decir dejó por primera vez que hablara su corazón. Se lanzó al
juglar y esta vez fué ella la que lo besó. Un momento más sincero
que el del primer beso, más profundo y más sentido por los dos. Fue
la primera vez que ella mostraba sus sentimientos, la primera vez que
no tenía miedo a nada y que nada le importaba más que ese beso, que
ese momento. Se olvidó por unos segundos de todo y de
repente...¡clack!
¡La coraza se había abierto!
La felicidad la invadió y las lágrimas llenaron sus ojos. Tal y
como Sarah se desprendía de la pesada carga que tanto tiempo había
llevado a cuestas abrazó al juglar con todas sus fuerzas.
Pasaron la noche hablando y disfrutando de su felicidad. Ella había
estado tan absorta con esa maravillosa noche que antes de dormir se
dió cuenta que no sabía ni siquiera el nombre de la persona que le
había devuelto la vida. Oldrick se llamaba.
Tras el amanecer Sarah se dispuso a volver a casa, cargó la coraza
en el caballo y le pidió a Oldrick que la acompañara al castillo.
Partieron tras el desayuno y llegaron al castillo tres días después.
Lo primero que hizo fue a ver a su madre. La reina al ver a su hija
sin la coraza y llena de felicidad quiso que le explicara todos
detalles de su aventura. Se sentaron y empezó a narrar el viaje, al
mago, el trobador y cada uno de los sentimientos que había tenido
días tras día. La reina, después de escuchar la historia, le
preguntó el porque creía ella que se le había desprendido la
coraza y ella, pensando en todo lo vivido, lo empezó a ver claro.
- Madre, lo primero que entendí fue que padre no es que no confiara
en mi, lo que quería era lo mejor para mi y para el reino, aunque le
costaba expresarlo. Durante el viaje yo sólo pensaba en la coraza y
no en el futuro y en la gente, en eso fallaba y por culpa de eso
jamás hubiera sido una gobernante digna. Las palabras del mago
resonaron en mi cabeza durante muchos días, pero no las llegué a
entender hasta la noche que me reencontré con Oldrick. Esa noche
entendí que para hacer buenas obras primero debía ser feliz y estar
en paz conmigo misma, que un reino no se lleva desde un poderoso
gobierno sino desde el amor por el pueblo y por las personas que nos
rodean. El sentimiento por Oldrick me enseño a ver más allá de mi
misma y de mis problemas y entender que tener al lado a alguien que
te acompaña sin importarle nada más, es suficiente para construir
grandes cosas. En ese momento entendí que la coraza era mi problema,
pero no con padre, con el hechizo o con el futuro del reino, sino
conmigo misma. Y aquel momento en que lo olvidé todo por un segundo
por algo más importante y sincero, la coraza cayó.
La reina, con dos lágrimas de felicidad recorriendo sus mejillas le
dijo:
- Hija mía, estás preparada para ser una gobernante digna. Tu padre
estaría orgulloso de ti.
Durante toda la semana prepararon la ceremonia de coronación de
Sarah, que unida a la boda con Olrick harían las mayores fiestas que
el reino había conocido en mucho tiempo. Nombraron al trobador
caballero, desposó a la princesa, eliminaron el consejo de nobles y
se convirtieron en reyes.
El deseo de su padre de que ella se casara con un hombre digno de
llevar el reino al lado de Sarah, se hizo realidad. Oldrick no fue un
gran guerrero, pero sus conocimientos y cultura hicieron que en lugar
de entablar batallas para pacificar el reino, firmara los mayores
tratados de paz y comercio con los reinos vecinos.
Bajo Sarah y Oldrick, la prosperidad y la abundancia fueron las
bases de su reinado y su historia, con el tiempo, se convirtió en
leyenda.
Está es la que más me ha gustado de las que he leído.
ResponderEliminarHay algunos detalles que pulir en cuanto la gramática, pero la historia te hace estar atento.